miércoles, 14 de marzo de 2012

Capítulo 10. Visita a Mens.

“Ya he contado treinta días desde que estoy aquí.  Azalea sigue fría conmigo, pero a veces se le escapan cosas de su pasado. El Consejo no la quiere por sus ideas. Su padre era el anterior representante del desierto, y había muerto un año atrás. Aunque las ideas de Azalea y él eran muy diferentes, su padre la había elegido, pues consideraba que sería mejor que nadie en el puesto. Los demás no pensaban tan bien.
Hoy voy a salir a la calle.”

Cerré el diario y lo volví a esconder. Recordé la conversación con Azalea el día anterior, cuando me había contado aquello.
    - ¿Por qué? – la pregunté yo.
    - No les gusta que yo les reste poder haciendo esto. Enseñarte – matizó.
Creé una pequeña bola de luz entre mis manos, no más grande que una canica y Azalea me observó.  Recientemente había aprendido a hacer aquello. Pasaba las horas muertas practicando. Azalea me había aconsejado concentrarme en el cristal. Sentir su energía, su bienestar, y transformarlo en luz. Poco a poco había conseguido que mis manos se iluminaran, para más tarde concentrar esa luz en una pequeña esfera.

Inconscientemente había vuelto a crear esa esfera cuando Azalea llegó.
    - Será un buen truco para convencer a los aldeanos de que no eres un fraude tan grande como todos creen – comentó.
    - ¿Creen que soy un fraude? – pregunté asustada.
    - En realidad no. Desean ver a su reina. Me temo que el paseo de hoy no será nada pacífico. Te tirarán de los ropajes, querrán que les abraces, gritarán tu nombre, se abalanzarán sobre ti…Es la primera vez que verás gente real, no solo dibujos como yo te he enseñado. ¿Estás preparada?
  Asentí, aunque tampoco demasiado segura. Sí, había visto gente real, los miembros del Consejo, que representaban bien toda la variedad de la Región, pero Azalea opinaba que el shock iba a ser fuerte para mí. Sacó un pequeño puñal del bolsillo de su túnica y me lo entregó.
    - Corta un trozo del Cristal – ordenó.
    - ¿Cómo? – cogí el puñal desconcertada.
    - Córtalo. Necesitas un trozo de él contigo, pero sólo tú puedes manipularle.
Me acerqué al Cristal aún algo asustada, temiendo que el puñal resbalara de mis manos. Al poner una mano sobre el Cristal sentí toda la energía atravesándome, recorriendo mi cuerpo y llenándome de vitalidad. Corté un trozo, el puñal se hundió como si fuera carne. En cuanto aparté el trozo cortado, el Cristal se regeneró. Pude ver en los ojos de Azalea el respeto, la adoración. Yo seguía teniendo la impresión de que adoraba más al Cristal que a mí.
Azalea me alcanzó un cordón y lo até al pedazo del Cristal para colgármelo al cuello después. Con ello rozando mi piel, transmitiéndome la energía, me sentía más segura que antes.

Los nervios apenas afloraron cuando crucé el pasillo enorme y lleno de puertas, para, por primera vez, bajar las escaleras del palacio hasta el piso inferior. Por todas partes sirvientes de todas las características esperaban a los lados, admirándome, palideciendo, mirándome como si fuera una diosa. Empecé a sentirme algo incómoda. Azalea se paró en la última sala, delante de la puerta principal. Se habían ocupado de mantener a todo el mundo lejos del castillo, la oí comentar con una de las personas que esperaban por allí. Me sonaba de algo, pero no conseguí saber de qué. Era un muchacho joven, de veintipocos años. Detrás de mí apareció Zamir, y acudió junto con Azalea y el joven. De pronto lo entendí. El muchacho era parecidísimo a Zamir. Tenía su misma complexión atlética, cuerpo de guerrero y actitud seria.
Sin saber qué hacer me acerqué hasta ellos y los dos hombres me dedicaron una reverencia.
     - Paz, Majestad. Me presento, soy Dinis. Soy el tercer jefe del Ejército Supremo. El honor de veros de cerca de los primeros es enorme. Confío en que sabréis llevar la Región adecuadamente. Algunos de mis hombres se encargarán de vuestra seguridad y evitarán cualquier altercado.
  Asentí, como llevaba haciendo desde que llegué a todos los tratos especiales. Azalea se despidió de ellos y me llevó consigo justo enfrente de la puerta.
    - Zamir y Dinis son hermanos – me dijo.
    - Suponía que serían familia – respondí.
    - Es algo que debes aprender – dijo con seriedad – Aquí es muy importante ser hijo de alguien, hermano de alguien o amigo de alguien. Yo misma estoy aquí por mi padre. No digo que Dinis no se merezca su puesto, pero sería un mero soldado si no fuera hermano de quién es. Mucho cuidado con la gente que se te acerca. Personal, soldados, jefes, incluso sabios del Consejo, todos quieren sacar provecho y creen que acercándose a ti conseguirán un trato de favor. Unos lameculos que te tratan bien, pero como ya te he insistido, sólo quieren gobernar por ti.
 Azalea se calló repentinamente, Dinis volvía a acercarse.
    - Abriremos las puertas en breves. Un carruaje está esperándoos fuera. Vos, Majestad, y la sabia Azalea iréis en dicho carruaje, sin nadie más que os moleste. Nos aseguraremos de su seguridad, nadie podrá acercarse. Iremos hasta Mens, y si vos lo deseáis, podréis bajaros a pie para conocer las calles.
    - Ya veremos, Dinis – respondió Azalea con sequedad.
Las enormes puertas, de varios metros, se abrieron. Pese a llevar días metida en un cuarto de grandes ventanales y paredes blancas, la claridad me hizo entrecerrar los ojos. El aire fresco me revolvió el pelo cuidadosamente recogido y el vestido impoluto. Un enorme jardín me esperaba fuera, y a unos pocos metros, un precioso carruaje de los colores habituales, blanco y dorado. De él tiraban dos extraños caballos blancos, con la cabeza ancha y la crin muy abundante.
El apuesto y joven carretero, ataviado para la ocasión, esperaba para abrir la puerta. Con paso tembloroso y gracias al pequeño empujón de Azalea empecé a andar hacia él. Podía ver las tierras que se extendían hasta el horizonte, el cúmulo de casas que formaban la ciudad a la que me dirigía, y todo el frondoso bosque que la rodeaba.
Supuse que Dinis y sus hombres habían mantenido a la gente alejada de allí, pues no había nadie más. Azalea subió detrás de mí y el carretero cerró la puerta. Sentía los nervios en mi estómago, y me atreví a asomarme tras las cortinas de una de las ventanas dentro del carruaje. Estábamos bajando por un camino serpenteante, y sólo podía ver los árboles y la vegetación del bosque.
Pasados unos minutos empecé a oír el murmullo de la gente, y mis nervios aumentaron. Azalea me miró para asegurarse de que estaba bien y asentí. A esas alturas del camino los hombres del Ejército Supremo ya nos acompañaban de cerca.
Volví a asomarme con cuidado. Estábamos en las afueras, y contemplé maravillada las primeras casas. Muchas de ellas estaban rodeadas de enormes piscinas, y otras apenas se adivinaban debajo de lianas y plantas que las rodeaban. Entre el cordón de hombres que rodeaban el carruaje, que ya iba a poca velocidad, la gente se asomaba, curiosa, intentando verme.
Volví a esconderme y suspiré mientras intentaba que mis manos dejaran de temblar. Azalea no intentaba tranquilizarme, sino que estaba sumida en sus pensamientos.
Nos adentrábamos más y más y el gentío aumentaba. Por fin, Azalea me miró.
    - ¿Vas a salir?
    - Creo…creo que sí – respondí. Mi miedo era grande, pero sabía que luego me arrepentiría. Después de tanto tiempo metida en el castillo, sin ver apenas a nadie, acompañada por mis pensamientos, mis penas y el diario, necesitaba salir, ver la calle. Aunque fuera una calle que yo apenas conocía.
 Poco después el carruaje frenó, y Azalea salió a hablar con el carretero. Después volvió a entrar.
    - Puedes salir cuando te anunciemos. Daremos un paseo por la plaza.
Salió de nuevo y me quedé esperando un par de minutos. Sin abrir demasiado las cortinas, vi como los soldados apartaban a la enorme aglomeración de gente y les obligaban a echarse para atrás. Pensé que quizás no había sido buena idea querer salir, pero ya no podía echarme atrás.
     - ¡Ciudad de Mens! – gritó alguien, y reconocí la voz de Zamir. Se hizo el silencio ante las palabras del sabio y jefe del Ejército – Hoy es un día grande. Hoy, la reina Lilian visitará por primera vez sus tierras, verá a sus habitantes de cerca y conocerá la riqueza que poseemos. Nos esperan buenos tiempos. Dadle la bienvenida que se merece a la nueva reina.
Oí como se abría la puerta del carruaje y me puse de pie alisándome el vestido. Alguien apartó la fina cortina que me apartaba del resto de la plaza. Con los pies temblorosos, bajé las pocas escaleras que me separaban del suelo. La luz me dio en la cara y me hizo entrecerrar los ojos.
Todo el mundo vitoreó y yo intentaba mirar a mi alrededor. De repente, ocurrió. Fue demasiado deprisa.
El silbido de una flecha, a mi izquierda, y después el pánico. La pierna derecha de Zamir había sido atravesada por la flecha, y él había caído al suelo gritando de dolor. Por lo menos treinta soldados se abalanzaron sobre mí y me rodearon, dejándome poco espacio para ver lo ocurrido. 
Rápidos como la flecha que había atravesado a su superior, sacaron sus propios arcos, espadas y todo tipo de armas.
La gente corría en todas direcciones para ponerse a salvo. Los soldados buscaban al arquero sin éxito, pero caían uno tras otro heridos de flecha. Aquello no era una persona, eran muchas.
Figuras con capas negras y capuchas con bordes de pelo  aparecían por todos lados. Detrás de las casas, entre la gente. Busqué a Azalea con la mirada, pero no pude encontrarla. Los soldados a mi alrededor siguieron cayendo. Se formaban huecos, el perfecto círculo que habían formado a mí alrededor se desmoronaba. Localicé a Azalea entre la batalla, y corrí hacia ella. Un soldado intentó impedírmelo y tropecé, quedándome a los pies de una nueva figura encapuchada. Ésta se quitó de encima al soldado y me agarró del pelo, levantándome. Inconscientemente, levanté la cabeza para verle. Sólo pude ver su cara un instante. Era una mujer joven, con unos enormes ojos azules. De pronto, sin más, me quedé ciega. 




¡Hola! Soy Sara, y vengo con nuevas novedades. Me temo que mi tardanza en subir capítulos seguiría siendo habitual, y esta vez no voy a deciros que tardaré poco. Estas semanas voy a estar más ocupada aún de lo normal, así que no podré escribir nada. Estaré un tiempo ( 15 días como muy poco ) sin subir capítulos, para ir avanzando y escribir unos cuantos. En vez de ir escribiendo y subiendo, escribiré unos cuantos capítulos y después los subiré. Espero que podáis perdonarme, creo que esto es lo mejor. 
Un besazo a todos, muchísimas gracias por leer y espero veros pronto. 

domingo, 12 de febrero de 2012

¡Novedades!

¡Hola! Soy Sara, y vuelvo después de más de un mes sin subir nada a ninguno de mis blogs. Quiero pediros perdón por la espera, y daros las gracias a todos los que seguís a mi lado aunque haya tardado tanto en volver. Muchas gracias, de verdad. Mi inspiración no siempre viene, y prefiero esperar a que me visite para escribir, ya que sé que no soy la mejor escritora ni lo seré, y espero momentos de lucidez para hacerlo lo mejor que pueda.

He pensado en varias novedades para el blog y para mi “vida” de escritora, y espero que me ayudéis. El primero punto es el tema de una de mis redes sociales, Twitter. La cuenta dedicada a Twitter para este y mis otros blogs está bastante abandonada, ya que no sé qué más poner aparte de nuevas entradas subidas, y se me olvida la mayoría de las veces entrar, aparte de que no está teniendo mucho éxito. Por lo tanto, voy a cancelar esa cuenta, y ya veré más adelante si publico mi cuenta personal para que me sigáis allí, aunque no tuitearé nada relacionado con nuevas subidas del blog, aunque puedo comentar algo. 

Otro punto. Muchos conoceréis a Lady Carla Tresdosnueve, ya que tiene mucho éxito junto con sus novelas Besos Prohibidos, Crónicas de Thaishat y Hojas de Otoño. Pues bien, ella y yo hemos creado un nuevo blog, Canto de sirena de policía ( http://cantodesirenadepolicia.blogspot.com/ ) en el que no sabemos muy bien que subiremos, seguramente un poco de todo. Si aún no lo conocéis, pasaos, y si os parece muy soso, ¡pasaos de nuevo dentro de un tiempo! A ver si nos hemos organizado y lo tenemos mejor  xD ( ¿se pueden poner “xD” si se supone que soy una escritora “seria”? )

Y el último punto y más importante. Tengo en mente cambiar el nombre de la historia y del blog. “Luz y Oscuridad” es un nombre carente de originalidad y muy repetido por distintas historias, sin ningún carisma. Si me prometéis que vais a participar unos tantos, puede que haga un concurso para elegir un nuevo nombre. No cambiaré la URL del blog hasta pasado un tiempo en caso de cambio, para no confundir a la gente. Llamémoslo, “período de adaptación”. Bueno, pues os toca decirme qué os parece el cambio de nombre, si participaríais en el concurso para cambiarlo ( por darle vidilla, ya que quiero que me deis ideas, a mí sola no se me ocurre nada bueno ) y qué os gustaría de premio o algo así, todo al gusto del lector. 

Muchas gracias de nuevo por darle una oportunidad a esta chica.
Un besazo :)

Capítulo 9. Azalea


Me miré en el espejo con preocupación. Mis ojos parecían más brillantes y grandes de lo normal. Además estaban teñidos por un leve color rojo. Mis mejillas estaban sonrosadas y mis labios secos. Esa noche me había dormido llorando, y había despertado llorando. Un pensamiento positivo cruzó mi mente: al menos había dormido.

Habían pasado dos semanas. Sólo había visto a Celeste desde entonces. Era quién me traía la comida y quién preguntaba si necesitaba algo. Siempre la misma respuesta: No. Lo que de verdad necesitaba no podían dármelo. Estaba mucho más tranquila, eso era verdad. Parte de mi dolor había desaparecido, pero todo me resultaba extraño.
Suspiré exageradamente y seguí buscando ropa que se asemejara a la que yo siempre había llevado. Celeste me había avisado el día anterior de que hoy llegaría mi tutor. Sería el encargado de enseñarme cómo reinar.  Posiblemente, alguna de esas clases conseguiría distraerme. Al principio pasaba todo el día llorando y compadeciéndome de mi desgracia. Pero pronto descubrí un extraño piano en aquella habitación. Era inmenso, y sus teclas eran tan delicadas como pétalos, sonaban al mínimo contacto. Era lo único que me entretenía en aquel lugar. Sabía más o menos como tocarlo, aunque por supuesto, era muy torpe.

Encontré un vestido lacio y que parecía bastante cómodo. Miré el extraño reloj al lado de mi cama. No comprendía su extraño funcionamiento, pero Celeste me había explicado que mi profesor vendría cuando las cuatro agujas más pequeñas apuntaran hacia abajo y las otras dos hacia arriba, y no quedaba demasiado tiempo.

Me acerqué a la mesilla de noche y escondí en uno de sus cajones el pequeño diario que llevaba escribiendo esas dos semanas. Mis primeras impresiones sobre ese mundo, mis deseos, mis pensamientos, mis recuerdos. No tenía ganas de que aquel tutor fisgara mis cosas ni preguntara por ellas, si se atrevía a hacerlo. Sólo Celeste sabía de la existencia de aquel diario, ya que fue quien me lo trajo.

Pocos minutos después alguien llamo a la puerta.
    - Adelante – dije.
Entró Celeste, seguida por una mujer que ya había visto, una chica en realidad. Era inconfundible, con ese atuendo tan extraño, esa piel tan diferente al resto y la mirada cargada de seguridad. Azalea.
Caminó segura hasta la mesa de cristal, situada al lado de uno de los ventanales, y dejó allí el saco cargado que traía.
    - Paz – saludó Celeste – Majestad, Azalea será vuestra tutora, quién os enseñará a manejar vuestros poderes, la historia de la región y todo lo necesario para un correcto reinado.
  Asentí sin saber que decir, y Celeste se marchó. Era mi primer contacto con cualquier otra persona que no fuera ella en semanas.
     - ¿Has sentido algún poder especial? ¿Alguna nueva habilidad? – me preguntó Azalea, casi sin interés
     - No
Azalea suspiró. Avanzó con gracia hasta el enorme cristal que yo me había dedicado a mirar con curiosidad todo aquel tiempo. Un enorme diamante, tan alto como una persona y brillante.
     - Esto – dijo sin apartar la vista de él – Es el Cristal de Luz. Siempre que estés junto a él tus habilidades serán ilimitadas. Reúne toda la energía de la región. Sólo tú puedes tocarlo, aunque bastaría con acercarte lo suficiente. Has tenido que notarlo.
  Yo no lo había notado. Sentía tal respeto por ese cristal que no conseguía acercarme. Era algo que no podía explicar. Aunque sintiera curiosidad por todo lo que había visto hasta el momento, me había mantenido alejada de ese cristal. En el fondo sabía que era algo demasiado importante, algo me lo decía.
     - Sí – dije – Me siento…bien con él.
Azalea simplemente asintió. Contempló el cristal con adoración y volvió a la mesa. Me acerqué a ella y me quedé esperando a que dijera algo más. Su actitud serena y fuerte me impedía derrumbarme. Me daba la impresión de que aquella chica pensaba que yo no valía para eso. Tampoco parecía que le gustara mucho tener que ser mi tutora.
     - Habrás notado que no te trato como los de más – dijo, sentándose en una de las majestuosas sillas.
     - Sí – repetí.
     - Para mí una reina no es reina si no sabe ni qué gobierna. Puedes tener nombre, puedes estar predestinada a este puesto, pero no sabes nada. Antes de que venga un estudioso de la región a enseñarte cuentos y alejarte de la realidad prefiero venir yo. Puede que todo te parezca muy bonito, Lilian, pero yo no soy la única que piensa que aún no eres reina. En realidad, muchos cargos importantes que te besarán los pies jamás lo pensarán. Eres el nombre de la región, quién da la cara, quién se hace responsable. Y quien tomará las decisiones será el Consejo. Por eso a nadie le hace gracia que yo esté en él. Porque saben que te avisaré. Izel nunca reinó. Izel se dedicaba a firmar papeles, a ser adorada, mientras el Consejo tomaba las decisiones. Hace tiempo que la reina dejó de existir. Ahora que yo soy tu tutora, no permitiré que esto pase. No vendrá nadie a contarte historietas sobre lo maravillosa que es la región, que no tendrás que preocuparte por nada y que todo está controlado.
  Escuchaba absorta las palabras de Azalea. De pronto, ella bajó la parte de la túnica que le cubría la cara. Era increíblemente hermosa. Sin embargo, algo rompía la armonía de su cara, un enorme tajo en su mejilla derecha, tan fresco como si fuera de esa misma mañana.
     - Estoy segura de que nadie te ha hablado de la región de la Oscuridad. Donde acaba la región de la Luz, al final de mis dominios, tierra desconocida para todos. Donde siempre es de noche, donde viven criaturas tan fuertes como desconocidas para nosotros. Un lugar que te pintarán como el peor, y se quedarán cortos. No es una región de caos y odio. Pero sí lo es de destrucción. Destrucción para uno mismo. He estado allí, y la agonía casi puede conmigo. No era mi lugar, por mucho que me empeñara.
     - ¿A qué te refieres? ¿Por qué fuiste? – interrumpí sin poder evitarlo
     - No fue hace demasiado. Fui hace siete años, y volví dos años después. Fui porque mi inocencia me llevó.
  Azalea no me había dejado nada claro, pero dejé pasar mi curiosidad por esa vez.
     - La agonía que te describo tiene más que ver con una región que nunca has pisado. Allí eres un forastero, alguien que no pertenece. Estás excluido. Nada, ni siquiera lo más fuerte, podrá mantenerte allí, y si te quedas, morirás. Tienen sus reglas, su forma de vida. No está hecha para nadie de aquí. No tienen  los mismos valores que nosotros. Siendo muy suave, podría hablar de otra cultura. Cuando intentaba escapar, uno de los mejores guerreros, la mano derecha del rey me hizo esta herida. Jamás le olvidaré – Azalea arrugó la cara con odio – Fobos.
  Me quedé en silencio asimilando todo. No podía imaginarme aquel lugar. Ni siquiera había salido de ese castillo. Quizás Azalea no fuera tan fuerte como parecía. Su bello rostro se crispaba con cada palabra, con cada recuerdo que volvía a su mente.
      - Los orígenes de la región de la Luz son desconocidos – siguió Azalea, queriendo dejar atrás sus recuerdos -  Nadie sabe por qué está aquí. Por qué cada cierto tiempo reina una nueva mujer. Por qué los excluidos de otros mundos llegamos a este lugar. Pero una vez, hace milenios, nació alguien tan excepcional como temible. Se llamaba Káligat. – de pronto paró -  Más adelante podré traerte más datos sobre él, pero no quiero llenarte la cabeza de cosas. Lo importante es que comprendas dónde te encuentras, y que tu vida, fuera la que fuera en tu anterior mundo, ha cambiado. Que tienes unas responsabilidades.

    - ¿Qué pasó con Káligat? ¿Qué hizo? – pregunté.
    - A nadie aquí le gusta hablar de Káligat. Fueron doce años de reinado oscuro. De pobreza, guerrillas, y destrucción. Káligat era poderoso. Un guerrero excepcional que además controlaba las artes mágicas. Fue la única persona que asesinó a una reina. La reina Venus, una de las mejores que ha tenido la región. Estuvo un tiempo en el poder, y cuando consiguieron derrotarle, su poder era tan inmenso que, junto a sus seguidores, consiguió arrebatarnos casi la mitad del desierto, y aislaron toda la luz de su territorio, el cual cada día crece más. Una auténtica aberración para todos. Es lo único que debes saber sobre Káligat. Su horrible corazón y su horrible creación, la región de la Oscuridad. Hoy es el primer día, y ya está bien. Todo lo que debes saber lleva muchas horas, y supongo que necesitarás descansar – pronunció las últimas palabras con brusquedad, como si se diera cuenta de que no debía seguir hablando. Era la segunda vez que me hacía aquello.
  Azalea se levantó, se tapó la cara y avanzó hasta la salida.
     - Volveré mañana a la misma hora – dijo antes de marcharse.
Volví a quedarme sola.


Dominic se encontraba solo en la sala. Así lo había decidido. Estaba harto de gente besándole los pies. Todos los días entraba en aquel sitio, lleno de armas, de libros antiguos y de todo tipo de recuerdos almacenados durante cientos de años. Aquello había dejado de ser una sala más del castillo para convertirse en la sala de Dominic. Ni siquiera los más cercanos a él se atrevían a entrar. El rey cogió uno de los libros más grandes, con tapas de cuero, antiguo y de hojas desgastadas. Lo tomó en sus manos como un tesoro, un bebé frágil. Lo abrió con delicadeza y leyó cada palabra con dedicación, con los ojos oscuros llenos de ilusión. Se sabía aquel diario de memoria, él mismo lo había traducido, copiado y cuidado, basándose en el trabajo que otros reyes habían hecho antes. Aquel libro que tenía en sus manos no era un diario cualquiera. Era el diario que recogía toda la vida de su señor Káligat. Todos sus planes, sus ideas, cómo creó aquella región, cómo luchó contra cada guerrero que se disponía a derrotarle. Pero Dominic se sabía todo aquello de memoria. Lo que de verdad le interesaba eran las últimas páginas. Los últimos meses de vida de su señor, con el secreto mejor guardado de todo el Mundo de las Almas. Él conseguiría aquello que Káligat no había conseguido, aquello que relataba antes de morir.
Los ojos del gran rey de humedecieron ante la emocionante idea. El invencible, respetado y joven rey, dejó escapar las lágrimas. Lágrimas de alegría y de ilusión.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Capítulo 8. Reina Lilian

Izel se había ido hacía unas horas. Llevaba acurrucada en la repisa de la ventana todo aquel tiempo, llorando. Me sentía pequeña, débil e indefensa ante todo aquello. Echaba de menos todo. Pensé en mi madre y en David, y en lo preocupados que estarían por mí. Me les imaginaba sentados al lado de la cama del hospital, llorando por mí como yo lloraba por no estar con ellos. Saldría en los periódicos, se conocería mi caso. Hasta que todo el mundo me olvidara porque no había cambios. Estaría en coma de por vida.
Lloré aún más. Golpeé el cristal con el puño, pero sólo conseguí hacerme daño. Furiosa, me levanté y crucé la habitación. Necesitaba algo para volver a casa, lo que fuese. Incluso el suicidio cruzó mi mente. ¿Conseguiría volver a mi mundo de esa forma? No pude pensar más, porque alguien entró en la habitación y me giré.
    - ¿Señora…? – musitó una dulce voz. La reconocí al instante. Era la voz de quien me había estado hablando en la Tierra.
    - ¿Celeste? – pregunté.
    - Sí, soy yo  - dijo tímida. La observé mejor. Apenas era una niña, ni siquiera pasaba de diez años. De delicadas facciones y tez pálida, al igual que Izel. El pelo rubio y corto por los hombros, aunque más largo por delante. Habían dejado la misión de comunicarse conmigo a una niña.
    - Perdonadme – dijo – No supe cómo comunicarme con vos adecuadamente.
  No podía enfadarme con una niña.
    - No pasa nada – contesté, aunque quizás las palabras me salían con un toque de amargura – Ya estoy aquí.
  Celeste avanzó y se sentó a mi lado, en una de las sillas perfectamente adornadas de la habitación.
    - Se ha filtrado la noticia – dijo ella – En las ciudades se sabe de vuestra llegada. El Consejo opina que deberíais salir y presentaros.
  Resoplé. ¿Quién narices era el Consejo? Yo no quería salir a ver a nadie.
    - Sin embargo – siguió Celeste – Yo opino que no. Hace sólo unas horas que habéis llegado aquí y no creo que estéis preparada.
    - Tendré que salir, ¿no? – dije. Pensé que nadie iba a tener en cuenta la opinión de una niña.
    - Así es – dijo con amargura. Empezaba a tomármela en serio, no hablaba como una niña de diez años – De momento, el Consejo quiere hablar con vos. Os acompañaré hasta la sala central.
Salimos de la habitación para internarnos en un largo y ancho pasillo. Tuve la tentación de escapar por alguna de los montones de puertas que había a los lados, sin embargo seguí a Celeste. Si escapaba y me perdía me metería en un problema. Llegamos a una enorme sala, blanca, como todo allí. Una serie de columnas formaban un círculo, cada una con un sillón rojo aterciopelado y un ocupante. Todos hablaban entre sí. El sillón más grande, dorado y blanco, estaba vacío. Todos se giraron cuando yo entré y se levantaron. Había tres hombres y tres mujeres, todos observándome con curiosidad y devoción. Miré al suelo avergonzada sin apenas echar un vistazo a su aspecto. El más mayor de los hombres se adelantó.
   - Paz, Majestad
  Celeste habló bajando un poco la voz
   - Es un saludo, Majestad. Tan solo diga “paz”
   - Paz – repetí.
  Me atreví a mirarle. Era muy anciano, de piel morena y llena de cicatrices. Su rostro mostraba las mil batallas que habría sufrido aquel hombre. Era alto y parecía haber sido fuerte y buen guerrero. Sus facciones eran duras, ojos entrecerrados, labios finos y pelo canoso.
   - Mi nombre es Aro – dijo con una voz profunda y ronca – Bienvenida al Mundo de las Almas.  Me presento como Superior del Consejo y representante de la ciudad de Grentia y de la montaña.
 Asentí nerviosa. El hombre dibujó un semicírculo con el brazo para presentarme al resto del Consejo, y me atreví a mirar. Pudiendo verles mejor, no me parecieron hombres y mujeres tan normales. No podía creer lo que estaba viendo. Aro se dio cuenta de lo sorprendida y asustada que estaba y siguió hablando.
    -  El Consejo está formado por representantes de todas las zonas de la región. Cada zona tiene sus propias criaturas, como podéis comprobar.
Aro estaba sentado en el último sillón de la derecha. A su lado, ya sentada, una anciana me miraba sonriente. Parecía aún más mayor que Aro. Tenía un pelo plateado larguísimo. Sin embargo, me llamó más la atención su piel, con un toque verdoso.
    - Ella es Silb, de las aldeas Tsair, pertenecientes al bosque Katatt – dijo Aro. La anciana se levantó y me dedicó una profunda reverencia.
  Inmediatamente, el hombre de su derecha se puso de pie. De mediana edad, entre treinta y cuarenta años, y musculoso, como el más fuerte de los guerreros de un ejército. Tenía una expresión seria, y sus brazos descubiertos enseñaban montones de cicatrices. De su cadera colgaba la funda de su espada.
    - Me presento como Zamir, Majestad. Provengo de la ciudad central,  Mens. Soy jefe del Ejército Supremo, en el que se reúnen los ejércitos de cada zona de la región.
  Asentí de nuevo. Por mucho que mirara a aquel hombre, no parecía tener ningún rasgo extraño, y habría pasado desapercibido en mi mundo, de no ser por su extraña ropa.
Aquello seguía siendo demasiado nuevo para mí, y ya ni siquiera recordaba de dónde procedía cada uno, pero procuré acordarme de los nombres.
Otra mujer se puso en pie. Aunque posiblemente alcanzaba los cuarenta años, era muy bella. Pero algo me sorprendió más. Esa mujer tenía unas preciosas alas blancas en la espalda. Aunque las tenía recogidas, eran preciosas. Sonriéndome, se presentó:
    - Mi nombre es Lida, representante de Aether, la ciudad alada y hogar de los ángeles.
 Respondí a su sonrisa maravillada. Sus ropas no rompían esa armonía. Un precioso vestido blanco y dorado que caía hasta el suelo. Sin dejarme tiempo para más, un muchacho joven esbelto y de cabellos rizados de oro se levantó. Pude ver una de sus manos y él lo percibió, puesto que me sonrió entre avergonzado y divertido.
    - Soy Dyliak, de la ciudad más oculta de toda la región. Represento a Gali, en el fondo del lago Uax.
 Intenté retener algo de información, pero empezaba a estar confusa. Todos allí me observaban y se presentaban. Llevaban toda su vida allí, y yo no les conocía, ni conocía ninguno de los lugares que mencionaban. Repasé mentalmente los nombres de todos.
Dyliak alzó la cabeza orgulloso al nombrar su ciudad de origen, lo que me permitió descubrir las agallas de su cuello.
Aún quedaba otra muchacha, la que menos me había mirado. Cubierta por una gran túnica marrón, sólo dejaba ver su rostro. Era joven, quizás veinte años. Su piel era muy morena, sus ojos verdes miraban con seguridad y estaban cargados de fuerza. Contrastaba con toda la blancura y pureza que llenaba aquel castillo.
    - Soy el miembro más reciente del Consejo – dijo con una voz fuerte y segura, igual que su mirada – Mi nombre es Azalea y provengo del desierto. Represento a éste y a todas las aldeas Okras repartidas por él.
 Al contrario de los otros, quienes me miraban con respeto, como si fuera algo superior a ellos, Azalea me observaba con curiosidad. No aguanté la mirada y volví a mirar al suelo. Aro retomó la palabra.
    - Creemos que lo más acertado sería que os presentaseis ante el pueblo. En otras circunstancias, habríamos esperado unos días, pero la noticia ha corrido rápido, ya que era algo que no se esperaba. Izel aún tenía años de reinado por delante, y todos quieren saber quién ha sustituido a una reina joven y fuerte. Creen que vos tenéis algo diferente a las demás.
   De pronto sentí una carga de responsabilidad nueva, que cayó sobre mí como un plomo, y sentí calor en los ojos. Cada minuto que pasaba, me sentía más lejos de volver. Sentía como ese nuevo mundo me atrapaba, y todos me creaban una nueva identidad que yo no quería obtener.
    - Majestad – instintivamente, levanté los ojos del suelo y le miré. Había comprensión en su mirada – Es preciso que salgáis a presentaros. Después podréis pasar unos días en tranquilidad para acomodaros al castillo y a vuestra nueva vida. El Consejo entendemos la dificultad que tiene para vos. Os pido tener paciencia. Ahora todo es nuevo, pero pronto comprenderéis.
  Asentí una vez más, a riesgo de parecer idiota. Sin ser realmente consciente de adonde me dirigía, dejé que Celeste me acompañara hasta el final de la habitación. Corrió las cortinas que cubrían un enorme ventanal. Después, ante la atenta mirada del Consejo, abrió el balcón y me tendió la mano para que saliera.
El escozor de mis ojos aumentaba y sentía las primeras lágrimas nublándome los ojos. Seguí andando, ya sin la ayuda de Celeste. Empecé a ver a la gente. Cientos y cientos de personas, a cada cual más extraña para mí, se agolpaban debajo de aquel enorme balcón.
Cuando apoyé las manos en el borde y todos me vieron, la multitud rugió de alegría. Nadie parecía ver las lágrimas que corrían por mis mejillas.




Nadie, excepto el rey Dominic. Bajo un sombrero y unos ropajes del desierto se confundía entre la multitud, sin perder ojo de la nueva monarca. Mucho más joven y manipulable que Izel. Sólo debían darse prisa y acabar con los preparativos para que la muchacha no se adaptara. Ahora la región era muy vulnerable con una reina asustada y nueva, y era su momento. Él era Dominic. Él había descubierto secretos que nadie más sabía. Secretos ocultos durante siglos. Había aprendido a ver lo especial de las personas. Aquel era su momento. Sintiendo una emoción que no sentía desde hacía tiempo, soltó un grito de júbilo.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Capítulo 7. Despertar.

Fue como si hubiera estado durmiendo durante años. Todo mi cuerpo me pesaba y apenas tenía fuerzas para moverme. Sin embargo, no me dolía nada. Los últimos recuerdos de mi vida acudieron a mi mente. Sobresaltada, abrí los ojos.
     - ¿Lilian?
Fui consciente de que estaba tumbada sobre una cama. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, me giré para ver quién me llamaba. A mi derecha se encontraba una mujer de unos treinta años, con el pelo blanco y corto, los ojos grises, muy claros, y muy pálida. Me sonreía con una dentadura blanquísima y perfecta.
     - Bienvenida – dijo con voz dulce.
Mi reacción fue quedarme quieta. Estaba muy confundida. Sólo lograba recordar las patadas y golpes de Fred impactando contra mi cuerpo y causándome más dolor del que había sufrido nunca. Una idea terrorífica cruzó mi mente.
     - ¿He muerto? – pregunté.
     - No, no has muerto – dijo la mujer.
     - ¿Esto es un hospital? – volví a preguntar. Sabía que la respuesta era no. Aquella mujer no tenía pinta de enfermera. Además, desde mi posición, tumbada boca arriba, lograba ver el dosel blanco de la cama en la que estaba tumbada, y el techo decorado con pequeñas flores rosas con un fondo blanco. Ningún hospital era así.
    - Tampoco – respondió la mujer – Me llamo Izel.
La mujer se acercó hacia mí, me tomó de la mano y me ayudó a incorporarme, dejándome sentada sobre el borde de la cama. Pude observar bien la habitación. Increíblemente espaciosa, con las paredes rosa pálido y columnas blancas por toda la habitación. Enfrente tenía un enorme tocador, lleno de peines de cerdas largas y maquillajes que yo no conocía. Me giré y contemplé un armario empotrado que ocupaba toda una pared. La cama en la que yo me encontraba estaba algo más alta que el resto de la habitación, así que pude ver bien todos los rincones de ésta. En uno de los rincones había una enorme estrella de algún material parecido al diamante. Irradiaba mucha luz. Al mirarlo, sentí un poco más de fuerza. Izel bajó los escalones que separaban los dos niveles de la habitación y tomó una pequeña bola de cristal de una mesa.
    - Esta es la Esfera. Gracias a ella hemos podido hablar contigo este tiempo. Ella nos ha guiado hasta ti.
Permanecí callada. Quería salir de allí corriendo, volver a mi casa. No entendía nada.
     - Escucha, Lily…- empezó Izel – Sé que esto es extraño. Hace veinte años yo estaba sentada donde lo estás tú, igual de confundida. Es mi misión guiarte ahora. Sé que eres fuerte.
    - ¿Dónde estoy? – musité.
    - En la región de la Luz, en el Mundo de las Almas.
Debía ser un sueño. No existía tal lugar, todo era mentira. El desgraciado de Fred me había herido tanto la cabeza que estaba loca. Izel me agarró la mano.
    - Este es tu lugar, Lily. – llevándome de la mano, me acercó a uno de los grandes ventanales de la habitación. Ante mí descubrí un enorme territorio, todo a mis pies. A los pies de la montaña en la que me encontraba yo. Bosques tan frondosos que eran una mancha verde en el paisaje. Ciudades bulliciosas, campos y caminos hasta donde alcanzaba la vista. No había nada igual en el mundo que yo conocía. Izel habló con suavidad.
    - Este es el lugar donde venimos los expulsados de nuestros mundos. Lleva siendo así miles de años. No conocemos exactamente la antigüedad de este mundo. Simplemente, venimos.
    - Dijiste que yo no estaba muerta – dije con dureza. Me daba igual que fuera amable conmigo, que no la conociera de nada. Sólo quería ir a mi casa, refugiarme en brazos de mi madre como una niña pequeña.
    - No lo estás, estás en coma. Celeste lo vio.
    - ¿Quién es Celeste?
    - Es quién te hablaba en tu mundo. Ella es la única que podía contactar contigo cuando no estabas aquí. Lily, yo era la reina de todo esto. Es el mundo quien elige quién gobierna. Hace veinte años me tocó a mí, y la hermana mayor de Celeste lo vio. Recientemente, Celeste te vio a ti.
    - Yo solo quiero volver a casa – repetí. No tenía ganas de escuchar todo aquello, no quería saber nada.
    - No puedes…- dijo Izel con dulzura – Este es tu mundo ahora. Sé que es duro. Pasé por ello.
    - ¿Todos aquí son arrastrados a este mundo? ¿Nadie quiere volver?
    - Sólo tú y yo sabemos de dónde venimos –ambas miramos la enorme ciudad en la llanura – Ellos han nacido aquí. Sus almas empezaron en un nuevo cuerpo, sin recuerdos, sin vidas pasadas, sin más mundo que este. Saben que vienen de otros sitios, pero a nadie le importa. ¿Quién sabe cómo fue su vida? No tienen interés en su pasado. Eso ahora ya no existe.
    Me alejé de la ventana con brusquedad.
    - Para mí sí. Yo no quiero empezar. Yo no quiero vivir aquí, no quiero formar parte de esto. – dije alzando un poco la voz. El vestido que me había puesto alguien, blanco impoluto, largo y con la falda de volantes, se agitó con mis movimientos.
    - Yo también quise volver. La reina anterior a mí quiso volver. Pero es nuestro deber ahora. Es muy importante. Alguien o algo, nos ha elegido para esto. ¿De dónde proviene la gente de tu mundo?
    - No lo sé. Nadie lo sabe – contesté.
    - Nosotras sí lo sabemos. El pueblo sabe que proviene de otros lugares. Eso nos otorga sabiduría. Este mundo es mucho más rico que el mío y que el tuyo.
    - Yo tengo mi vida allí. ¿Es una bendición estar en esta locura? Me intentaron violar, me pegaron una paliza, ¿y me tengo que sentir afortunada por estar aquí? – protesté.
    - Podías haber venido tú. Simplemente deseándolo. Pero Celeste no pudo contarte nada. Es difícil contactar con otro mundo.
   Supe a que se refería. Las voces que me habían estado atormentando esos días, que me llamaban y me pedían que acudiera en su ayuda.
    - No habría venido – repuse.
Izel se acercó y volvió a coger la Esfera.
    - El universo te hizo venir. Fred era el camino – dijo – Celeste podía verte a través de la Esfera. Sabíamos que Fred te haría venir, y cuándo lo haría. Pero no sabíamos por qué. En el momento en el que viniste aquí, la Esfera dejó de funcionar.
    - ¿Cuánto llevo aquí?
    - Tres días.
Desesperada, rompí a llorar. Mi vida no era perfecta, pero me gustaba. Izel había dicho que estaba en coma, no todo estaba perdido. Quería volver a ver a mi madre, a mis hermanos, a David, a Nadia, Monica, Sam… había muchas cosas que echaba de menos, y todo se había desvanecido. Me sentía sola. Abandonada y no querida por el universo, por todo el mundo.
Izel me abrazó.
    - Todo irá bien – susurró.






Kiteria andaba segura por los pasillos del castillo. Tenía la noticia. Todos estaban esperándola. Su padre, los Cinco, el Rey. Abrió las puertas de la sala de reunión y se acercó a la mesa. El rey Dominic, joven, apuesto e impaciente, estaba sentado al final. A su derecha, de pie, Deimos, el ángel oscuro. A su izquierda, Fobos, el padre de Kiteria. Siguiendo a Fobos, los otros cuatro integrantes de los Cinco. La mesa se completaba con los guerreros más importantes del ejército Oscuro, del mismo rango que Kiteria.
    - ¿Lo has conseguido? – preguntó Fobos.
    - Sí, padre. Se dice que la reina llegó hace tres días. Es joven, más que Izel cuando llegó.
   Todos sabían lo que significaban aquellas palabras. Por fin, tras años de espera, lo habían conseguido. En los patios del castillo los soldados se entrenaban, a sabiendas de una posible batalla en cualquier momento. Las gentes preparaban alimentos y protegían sus casas. Había llegado el momento de atacar.
El rey Dominic sonrió.
La guerra había comenzado.