lunes, 31 de octubre de 2011

Capítulo 6. Parte 2. Sam Andrews

La habitación de Sam era un trocito de su corazón. En su corazón había sitio para su familia, para sus amigos…para Lily. Así se reflejaba en aquellas cuatro paredes. El color azul apenas se distinguía, cubierto por montones de fotos, corchos, recuerdos de sus diecisiete años de vida. Pero ahora casi todo su corazón estaba hecho pedazos, y en su habitación seguían todos los recuerdos.
Sam estaba sentado sobre la cama, con las piernas cruzadas y apoyado en la pared. A pesar del calor del verano, todo su cuerpo temblaba. Nunca se había sentido tan triste y tan desgraciado.  Se frotó la cara y echó su pelo rubio hacia atrás. Los recuerdos se agolpaban en su mente, unos por encima de otros, provocándole ganas de gritar, ira y desesperación. Sin embargo estaba ahí sentado, sin apenas moverse y en completo silencio. ¿Con quién podía compartir su tristeza? Ella era su mejor amiga. Pero nadie sabía que en su corazón ella era algo más. No recordaba cuándo empezó a amarla diferente. Poco a poco, según pasaba el tiempo, empezó a ver cómo Lily le parecía diferente a las demás. Cómo al estar con ella sentía un cosquilleo especial al que sentía con cualquier otra persona. Cómo ella sola iluminaba una habitación. Cómo sentía el vacío en su interior cuando ella se iba. De repente el mundo era oscuro sin ella. Su luz no estaba apagada, pero ya no brillaba con tanta intensidad.

Llevaba tres días sin apenas dormir. Sólo lo conseguía a ratos, y en ellos Lily sufría todo tipo de torturas. Ese día iba a verla al hospital. No sabía cómo iba a reaccionar. Quizás rompiera a llorar allí mismo. La abrazaría, derramaría mil lágrimas a su lado y su corazón se rompería definitivamente al verla allí, viviendo sin vivir. O quizás se quedaría inmóvil, mirándola, incapaz de articular palabra.

No entendía cómo alguien podía hacerle daño a alguien como Lily. Sentía ganas de ir a casa de Fred y romperle cada hueso de su cuerpo, hacerle pasar por todas las torturas posibles, para que sintiera sólo un pedacito del dolor que le había ocasionado a Lily, y del dolor que sentía él mismo.

Un desgraciado así se había ganado los besos y caricias de Lily, mientras que él, fiel amigo desde hacía tantos años no había conseguido nada. Pensándolo bien, tampoco había hecho tanto por ganar su amor. Nunca se había atrevido a confesarle lo que sentía, ni se había lanzado a ser más “cariñoso” con ella. Sam tenía demasiadas cosas en la cabeza.

Sam Andrews miró el reloj, se levantó de la cama, y salió camino del hospital a ver a la princesa cuyo nombre estaba grabado a fuego en su corazón.

jueves, 13 de octubre de 2011

Capítulo 6. Parte 1. Natalie Cole

Natalie Cole aporreaba el suelo de mármol de la oficina con sus tacones, firme, decidida. Notaba la mirada de sus compañeros, curiosos y apenados, siguiendola, preguntándose si sería capaz de entrar en el despacho del jefe tan pronto. No la habían visto ni hablado con ella desde hacía tres días, pero todos conocían la noticia y la causa de su falta.

A ella le daba igual que la miraran, era comprensible. Tenía decidido lo que iba a hacer. En sus manos llevaba un papel perfectamente doblado.

Abrió la puerta del despacho del jefe sin llamar. Sentado al final del despacho, detrás de un montón de carpetas y un Mac, estaba Jason Blake. Entre su pelo castaño se adivinaban canas, fruto del estrés de los últimos días. Alzó la vista al oír a Natalie entrar. Sus ojos marrones, esos que había heredado su hijo, siguieron su figura hasta que ella se acercó a la mesa.

Jason Blake sabía que estaba metido en un lío. Pero no sabía que se tendría que enfrentar a él tan pronto. Aquel estúpido de su hijo se había pasado de la raya y ahora él tenía que pagar el pato.

Natalie sintió un escalofrío al ver a aquel hombre. Rememoró los momentos que había pasado con él en los últimos meses. Recordó todas las cenas en restaurantes de lujo a las que Jason la había invitado, los regalos y los aumentos de sueldo. Corría el rumor por la oficina de que se estaba tirando al jefe. No les podía culpar, pensó ella. Al fin y al cabo eso era lo que Jason quería. Pero Natalie había insistido a sus compañeros en que todo era mentira. No quería que David se enterara. Había discutido suficiente con él por ese tema, y le tenía convencido de que eran simples invenciones de sus compañeros. Había tenido que mentirle con reuniones, cenas con sus amigas de la oficina, horas extras.
Bien sabía ella que lo que hacía estaba mal, pero no tenía remedio. Había tenido que lamerle el culo a ese impresentable para que ni ella ni su marido fueran despedidos. No sólo lo había conseguido, sino que había conseguido aumentos y un posible ascenso para David. Natalie pensó que si ella ascendía, sería demasiado cantoso. Todos en la oficina sabían lo machista que era Jason, él nunca ascendería a una mujer. Sólo aceptada contratarlas por orden de sus superiores. Natalie y sus compañeras habían tenido que sufrir comentarios ofensivos acerca de su rendimiento.

Empezó a pasar verdadero miedo cuando Jason les ofreció una nueva casa y David se ilusionó con la idea. “Para mis mejores trabajadores, con descuento incluido” había dicho Blake. Ahora le tenía viviendo al lado de su casa, lo que dificultaba las cosas.

Tenía que haberse imaginado que el hijo de Blake era igual que su padre. Estaba tan preocupada para que no la descubrieran que se olvidó de que su hija y el hijo de Jason podrían conocerse. Lo ocurrido tres días atrás había sido demasiado para ella.
    - Sabes por qué he venido, ¿no? – dijo Natalie intentando mantener la voz firme
    - Sí – respondió Jason
    - Me has destrozado la vida, Jason
Ambos se quedaron en silencio unos segundos. Natalie intentó adivinar qué sentiría aquel hombre al ver lo que él y su familia habían causado.
    - Oye, Natalie – empezó Jason – Sé que es algo muy fuerte. Pero sabes que yo no tengo nada que ver.
    - ¿Que no tienes nada que ver? – Natalie subió un poco el tono de voz - ¡Es tu hijo! Tú le has educado, es igualito que tú. Sois unos hijos de puta. ¿Sabes cómo está Lily? ¿Lo has leído el periódico, verdad? Porque ni siquiera me has llamado para preguntarme. No te importa nada. Estarás preocupado por cómo te afecta esto, ¿no? Allá arriba se habrán enterado de lo que ha hecho el desgraciado de tu hijo y te despedirán, lo sabes. Y si no lo hacen me ocuparé yo de ello  con esto.
Jason cogió el papel que Natalie había dejado en su mesa. Apenas había leído dos líneas Natalie siguió hablando. Había perdido toda la compostura, toda la firmeza. Temblaba y estaba a punto de llorar.
     - Es una denuncia – dijo – Por varias razones. La más importante de todas es por maltrato e intento de violación. La otra es por acoso.
     - ¿Acoso?
     - Acoso. ¿No recuerdas cómo me obligaste a ir a comer contigo la primera vez bajo amenaza de despido? ¿Cómo yo me negaba a que tus sucias manos me tocaran? ¿Qué creías, que ahora estaba contigo por gusto? Nunca fue así.
Jason Blake empezaba a cabrearse en serio. Esa estúpida le estaba tocando mucho los cojones. Él mismo había enseñado a su hijo a ligarse a chicas, ¿por qué tenía que elegir a la hija de su amante? Por otra parte comprendía el enfado de Fred con la hija de Natalie. La chica se había negado a tener relaciones con él. Una auténtica calientabraguetas, como su madre.
     - Piensa lo que estas haciendo, Natalie. Si me despiden muchos de tus compañeros pueden ir a la calle
     - No me vengas con esas. Si tú te vas pondrán a otro en tu lugar, no hace falta modificar ningún puesto más. – dijo Natalie. Se inclinó sobre la mesa – Estás jodido, Jason. Lily está en coma, le he sido infiel a mi marido porque tú me has obligado y he sacrificado mi dignidad, pero te voy a sacar hasta el último céntimo. Eso es lo que te jode. Te voy a dejar tan pelado que no vas a tener ni para putas cuando no puedas forzar a nadie a estar contigo. Y tu hijo va a ir a un correccional para que no pueda hacerse más cabrón de lo que ya es. Y si lleva los mismos genes de hijo de puta que tú, al menos encerrado no podrá joderle la vida a más chicas. Quédate la denuncia, tengo más copias para mí.

Aguantando las últimas lágrimas que intentaban escapar de sus ojos, Natalie Cole se dio la vuelta y salió del despacho.

domingo, 2 de octubre de 2011

Capítulo 5: Final

    - Cariño…cariño, despierta
Abrí un poco un ojo y la luz me cegó. Estaba muy cansada. No recordaba cuando me había dormido, pero sabía que no había sido pronto.
    - Lily, despierta…
Me incorporé. Debía disimular delante de mi madre, que estaba allí, llamándome.
    - Lily, ¿estás bien?
    - Sí, ¿por qué?
    - Te has dormido vestida. Y no tienes buena cara.
    - No pasa nada – mentí – Un descuido anoche, no me puse el pijama.
    - Toma – me dijo pasándome su móvil – es Monica.
Cogí el teléfono y eché a mi madre con gestos.
    - ¿Monica? – pregunté.
    - ¡Lily! Por fin contacto contigo. Te he estado llamando al móvil, pero me salía que le tenías apagado…
    - Ya, ya, ya lo sé. – recordé cómo el día anterior había apagado el móvil para evitar contacto con el mundo exterior.
    - He hablado con Nadia…
    - Oye, Monica, si me vas a echar la bronca te cuelgo.
    - Joder, se nota que te acabas de levantar – me repredió – Yo sólo quiero hablar, no quiero echarte la bronca.
 Suspiré y esperé a que siguiera hablando
    - Pero…creo que deberías haber hecho caso a Sam.
    - ¿Por qué todo el mundo cree que Sam es Dumbledore? Que yo sepa Sam no es un sabio de los maiar. Se puede equivocar, ¿sabes? No conoce a Fred.
    - Ya, ni tú tampoco. Y eres la primera que dice que Sam nunca se equivoca.
    - Todo el mundo se equivoca, nadie es perfecto – repliqué
    - Sam se acerca.
    - ¿Qué has dicho? – pregunté sorprendida.
    - Que Dumbledore tampoco era ningún Maiar. ¿No estarás refiriéndote a Gandalf? Oyes cuando hablamos de eso, te quedas con un par de ideas y lo lías.
    - Era el mismo actor, no me cambies de tema.
Nos quedamos en silencio unos segundos
    - Lily…por favor, no hagas el tonto – me pidió
    - No hago el tonto. Pero Fred es especial, ¿sabes? ¿No has sentido nunca una conexión especial con alguien? ¿No has sentido que le perdonarías todo? – esperé a que dijera algo, pero no obtuve respuesta y seguí – Sé que son tonterías, pero yo siento eso. Que aunque le acabe de conocer es especial. Y aunque haya hecho eso con Nadia se ha explicado. Supongo que ella te lo habrá contado. Pero Fred no tiene maldad.
    - ¿Estás intentando decirme que te has enamorado de él? – me preguntó.
    - No lo sé – respondí a los pocos segundos – Pero me gusta.
    - Está bien. Igual que tú no puedes juzgar si Fred es malo o no…
    - Sí puedo. Sé que no lo es. – la interrumpí.
   - No, no puedes. Necesitas conocer a la gente, no es una estúpida película, Lily. Igual que tú no puedes juzgar si Fred es malo o no, yo no puedo juzgar si es bueno. Así que te dejaré en paz. Tú sabrás lo que debes hacer. Pero no hagas locuras.
    - No las haré, te lo prometo.
    - Tengo que irme. Te quiero, Lily.
Me sorprendí. Monica no mostraba fácilmente sus sentimientos. Y aunque yo sabía que me quería, nunca me lo decía.
    - Te quiero, Monica.
Colgé y me levanté. Por lo menos tenía a Monica. Parecía más comprensiva que Nadia con el tema. Pero aún así me cabreba que nadie creyera lo que yo creía. Que Fred no era malo, no tenía maldad. ¿Cómo se podía comportar con tanta dulzura alguien malvado? Una parte de mí me decía que no debía confiar tan rápido en nadie. Otra parte me decía que podía hacer una excepción.

Encendí el móvil. Al mismo tiempo que me llegaba un SMS las voces asaltaron mi cabeza de nuevo


Sólo ven. Adelántate al destino. Ven.


Solté el móvil y dejé el SMS para después. Las voces se oían claras, más que nunca. Distinguí la voz de una niña pequeña, que me suplicaba. Por primera vez sentí todo el peso de lo que significaba oír voces. Estaba loca. Busqué algo que me alejara del mundo de locura, que me recordara lo normal y ordinario que era el mundo. Aquel mundo donde estabas majareta si oías voces. Cogí el móvil con manos temblorosas. Allí estaba el SMS:


Sé que pasan veinte minutos desde que tus padres se van a trabajar hasta que llega tu prima. Quizás haya una sorpresita en tu puerta durante ese periodo de tiempo ;)


Aquel extraño SMS no ayuda a volver a mi mundo de normalidad. No había firma y yo no tenía el número de aquella persona. Miré el reloj. Mis padres ya se habrían ido haría diez minutos, lo que había tardado en hablar con Monica. Aunque quizás todavía estuvieran en casa, ya que yo tenía el teléfono de mi madre.

Bajé poco a poco las escaleras, pero no oí ningún ruido en la cocina ni en el salón. No había nadie en toda la casa, y los gemelos dormían. Di varias vueltas por el recibidor nerviosa. Me sobresalté cuando un sobre pasó por debajo de la puerta. Tuve la tentación de abrir corriendo para saber quién lo había metido. Pero, ¿y si era alguien peligroso? Me acerqué al sobre y lo cogí. “Lily” ponía en él. Mis manos seguían temblando, y abrí el sobre como un robot, esa mañana estaba siendo demasiado rara. Saqué un folio, mientras le desdoblaba se me ocurrió que la carta podía ser de Fred. Pero, ¿cómo podía tener él mi número? ¿Y por qué una carta?

La hoja estaba completamente escrita. No había márgenes, la letra era pequeña pero elegante, las dos caras estaban repletas de letras. El sobre seguía pesando. Saqué otro folio. Dos. Tres. Cuatro. Cuatro folios iguales al primero.

Subí corriendo a mi habitación y tiré los folios sobre el escritorio. Comencé a leerles con ansia mientras las lágrimas corrián por mis mejillas. Eran poemas. Poemas hermosos. Todos apretujados, seguidos, frases sueltas, letras de canciones. Pero no lloraba por eso. No lo había visto antes, pero en la esquina derecha inferior de todos los folios firmaba Fred. Él había escrito hasta cuatro folios llenos de palabras de amor. Y era para mí.

Llegó Jen, pero no me molesté en salir de la habitación. Releía las hojas una y otra vez. ¿Alguien había hecho algo más hermoso y alocado que eso alguna vez? Seguramente sí, pero no me lo habían hecho a mí. Al mover rápidamente el sobre me llegó la fragancia que desprendía. Fred había perfumado el sobre, olía a lirios. Me recordó muchísimo a algo, pero no lograba recordar a qué. Me concentré en las hojas.  Al final de la última hoja no había ningún poema, ni canción, ni frase. Era una invitación.

“Voy a hacer una fiesta en mi casa dentro el sábado a las nueve de la noche. Exijo a la chica más preciosa de este mundo acudir. Lady Lilian, la espero.”






Esas líneas se repetían en mi cabeza una y otra vez la noche del sábado. Eran las nueve menos cuarto. No había visto a Fred desde entonces. No le había visto por la calle. No me atrevía a volver a ir a su casa, no tenía ninguna excusa. Le había mandado un sms preguntándole simplemente qué tal. Él me había respondido que bien, y que esperaba verme en la fiesta. Que no me podía ver hasta entonces.

No tenía ni idea de a quién había invitado, ni qué debía ponerme. Pero yo ya estaba preparada con una camiseta palabra de honor rosa, unos pantalones cortos y unas sandalias negras. Procuré estar entre lo informal y lo elegante. Pero fui consciente de que no iba a conocer a nadie más que a Fred. Y ya eran las nueve menos cinco.

Cuando salí de casa noté que hacía más viento de lo normal. El cielo estaba repleto de nubes. Y mi cabeza volvió a jugarme una mala pasada.


“Ven con nosotros. Ayúdanos. Ven. Será tarde, se está haciendo tarde. ¡No lo permitas!”


Me asusté, como siempre que las oía, pero decidí pasar de ellas esa noche. Tenía muchas ganas de ver a Fred. Nadie me iba a impedir ir a esa fiesta. Aunque Sam hubiera ido a mi casa los dos días anteriores a intentar convencerme de lo contrario. “No vayas. No sabes quién va a ir, no le conoces apenas, no debes caer más veces en la trampa”. Estúpido Sam y estúpidas voces. Antes de irse el día anterior me había vuelto a decir la también estúpida frase de “No te enamores”. Después de toda una tarde intentando convencerme de que lo que hacía estaba mal, no me salió otra cosa que “Nadie elije eso. Sólo pasa”. Qué moña me estaba volviendo.

Por supuesto, también había salido el tema de Nadia. No había vuelto a hablar con ella, aunque Sam también insistiera en que la pidiera perdón. Según él, ella lo estaba pasando mal. Fred también la había marcado. Y había jugado con ella. Pero yo no iba a dejarme amedrentar. Nadia había dudado de Fred, así que tan colada no estaría. Puede que muchos me llamaran egoísta, pero en aquel momento demasiadas cosas de mi vida habían cambiado como para ponerme a pensar en los demás.

La casa de los Blake se erguía señorial delante de mí. Oía la música de dentro, y el murmullo de la gente. Crucé el jardín perfectamente cuidado y llamé al timbre, tan nerviosa como la última vez que lo había hecho.
Fred me abrió la puerta. Iba vestido con una camisa negra, unos vaqueros y unas deportivas normales y corrientes. Más guapo de lo que le recordaba. Sonreí inconscientemente.
     - Lily – dijo sonriendome
     - Hola…- saludé vergonzosa.
Iba a decirle que le había echado de menos esos días, que debería haberme llamado, quería picarle diciendo que no sabía por qué estaba allí si el pasaba de mí, pero Fred me cogió de la mano, me llevó a la entrada del salón y gritó:
     - Chicos, está es Lily Cole. Espero que os portéis bien con ella, ¿eh?
Todos me miraban y sentí como se me subían los colores. Habría unas veinte o treinta personas, en su mayoría chicos. Tan sólo había cinco chicas subidas a sus taconazos y embutidas en sus vestidos cortos y escotados. Me sentí un patito feo.
Algunos saludaron con la cabeza y siguieron a lo suyo. Un par de chicos se me acercaron. Era como estar en un programa de la MTV, todos eran super guapos y super perfectos, y estos dos no se quedaban atrás.
     - Me llamo Ethan – saludó uno de ellos, lleno de piercings – Da gusto ver caras nuevas por aquí.
     - Encantada – dije cortada.
     - Rick, - dijo el otro chico, más bajito y rubio - ¿Desde cuando conoces a Fred?
     - Pues…desde hace unos días, pero había estado con él hace años…es el hijo del jefe de mis padres.
     - Sí, algo nos había comentado él. – dijo Ethan y se volvió hacia Fred – Oye tío, ¿nos la dejas un rato, no?
Recé porque Fred dijera que no. Me daba mucha vergüenza estar rodeada de dos chicos que ni conocía.
     - Vale, pero cuidadla, ¿eh?
     - Te la vamos a cuidar tan bien que nos la vas a tener que dejar más días, ¿eh? – dijo Rick
Los tres rieron por la broma, pero yo no lo había entendido. Ethan y Rick me llevaron hasta la mesa de la bebida y la comida y me plantaron un vaso en la mano.
     - Bueno, Lily, ¿y cuántos años tienes? – preguntó Rick
     - Dieciséis
     - Este elemento también tiene dieciséis. Yo ya he cumplido los diecisiete – dijo Ethan.
Unas tantas preguntas personales después, vi como Fred se acercaba. Pero lo que no me esperaba era que se pusiera a mi lado y me pasara el brazo por la cintura.
     - ¿Qué tal la fiesta, chicos?
     - Bien, bien. Pero creo que aún queda lo mejor – dijo Ethan. Los tres volvieron a reír. Yo sonreí para quedar bien.
Vi como las cinco chicas de la fiesta me miraban con curiosidad y cuchicheaban entre ellas. Llevaban toda la noche así y me ponía muy nerviosa.
Fred me cogió de la mano y me llevó fuera del salón, a un lado de la puerta donde nadie nos podía ver.
     - ¿Todo bien, Lily?
     - Claro… - dije, y vi mi momento de atacar - ¿Por qué no has hablado conmigo hasta hoy?
     - Bueno…  - sonrió pícaro – Así los dos tendríamos más ganas de ver el otro.
No pude seguir hablando. Fred me había arrinconado contra la pared y me estaba besando. El ruido del salón me recordaba que había gente, permitiéndome no dejar que el tiempo pasara sin enterarme. Pero pronto lo dejé de oír. No podía hacer más que devolverle el beso. Fred tenía razón. Así había conseguido que tuviera más ganas de verle.
Sus manos fueron bajando desde la espalda hasta mi trasero. Me subió las piernas para que le rodeara con ellas, me cogió y empezó a subir las escaleras sin dejar de besarme.
Me estaba poniendo muy nerviosa. No sabía que estaba haciendo, pero tampoco quería parar.
Antes de que me diera cuenta estábamos en su habitación.
Se separó de mí durante un momento para tumbarme sobre la cama. La habitación era grande, de color azul, llena de pósters de motos o coches.
Hice el amago de levantarme, pero él no me dejó. Empezó a besarme el cuello mientras sus manos se metían por debajo de la camiseta
     - Fred…- susurré – Fred, para.
No me hizo caso, y me puse nerviosa de nuevo.  Desató el nudo que sujetaba la camiseta y me le intentó quitar.
     - ¡Fred, para! – dije más alto - ¿Qué haces?
     - No seas estrecha, joder – dijo agarrándome las manos para que no forcejeara. Intenté liberarme a patadas, no me gustaba nada lo que estaba haciendo, fuera una broma o no. Me había conseguido quitar la camiseta y me besó para que me callara. Intenté librarme del beso mientras no dejaba de agitar las piernas. Conseguí darle una patada y se apartó un poco
     - ¿Pero qué haces, idiota? Deja de patalear como una niña pequeña – gritó
     - ¿Qué haces tú? – grité asustada - ¡Déjame en paz, no quiero!
     - No me vas a joder esto, estúpida.
Me pegó una bofetada. Fui consciente de todo lo que estaba pasando. No conocía a nadie en esa fiesta, y posiblemente tampoco me querrían ayudar. Había sido estúpida al no hacer caso a Sam, Nadia y Monica. Ahora todo lo que yo había creído me parecía tan estúpido que me entraban ganas de llorar.

Tenía las muñecas firmemente sujetas por Fred, e intetó desabrocharme el pantalón con una mano. Volví a las patadas, pero no podía hacer mucho ya que él estaba encima de mí.
     - ¡SOCORRO! – grité con todas mis fuerzas - ¡POR FAVOR, AYUDADME! ¡POR FAVOR!
     - Que no te van a ayudar, cállate un poco – dijo Fred. Otra bofetada.

“Es tu última oportunidad. Corre. No tiene que obligarte. Tienes que venir antes de que sea tarde. ¡QUEDA MUY POCO, LILIAN!”


La voz de aquella niña en mi cabeza se oyó débil entre tanta confusión. Pero tenía razón, debía correr.
Fred se quitó la camisa y siguió besándome el cuello y el pecho mientras intentaba quitarme los pantalones. Logré liberar una mano y le empujé, pero él tenía más fuerza.
     - ¡Suéltame, por favor! ¡SUÉLTAME! – grité desesperada.
Se levantó enfurecido y me pegó una bofetada más fuerte que las anteriores.
     - ¡Para quieta! ¿Prefieres que lo haga por las buenas o por las malas?
Empecé a llorar. Quería irme de allí, pero Fred tenía más fuerza que yo.
     - ¿Por qué yo? Yo no quiero. Coge a otra chica.
     - Ellos te han elegido a ti
     -¿Quién? ¿Por qué? – pregunté asustada
     - Esas chicas que están en la fiesta ya son del grupo. Tú puedes serlo. Y yo puedo serlo si hago esto.
     - Por favor, déjame – supliqué. No entendía nada.
     - Podemos ser miembros del grupo más selecto de toda la ciudad. Pero esto es una prueba. No sabes la de privilegios que podemos tener.
     - Yo no quiero ser miembro de ningún grupo.
     - Por eso era un reto follarte.
     - Para, para, ¡yo no quiero hacer nada! – grité como pude. El llanto me quedabraba la voz.
Fred no respondió y siguió intentando desnudarme. No soportaba sus manos sobre mí, manoseándome como si fuera un objeto.
Por fin conseguí liberar la otra mano. Empecé a dar puñetazos a ciegas y alcancé la cara de Fred en un par de ocasiones. Me incorporé un poco pero él me agarró del pelo y me obligó a tumbarme. Sentí las bofetadas, una por cada insulto que salía de su boca. Rodé por la cama y caí al suelo. Hice acopio de todas mis fuerzas y me levanté. Salí corriendo de la habitación y Fred me persiguió. Conseguí cerrar la puerta para ralentizarle y bajé las escaleras lo más rápido que pude. Al pasar por el salón todos se me quedaron mirando.
      - ¡Eh! ¡Se le está escapando! – gritó uno de ellos.
 Abrí la puerta principal con dificultades, Fred me estaba alcanzando. Nada más salir al jardín consiguió agarrarme del pelo. Grité del dolor y caí al suelo. Fred estaba fuera de sí. Estaba de pie delante de mí y me daba patadas en el abdomen y las piernas. Me empecé a sentir realmente mal, no podía soportar el dolor. De pronto paró y se quedó observándome. Me atreví a abrir los ojos. Sólo se oía mi voz llorosa suplicando.
     - Nadie juega conmigo de esa forma, niña estúpida – dijo con la voz llena de rabia. Otra patada en el abdomen. Tenía ganas de vomitar. Se agachó y me escupió en la cara ensangrentada. Aparté la mirada de él, pero vi como cogía una piedra decorativa del suelo. Sentí el fuerte impacto en mi cabeza, un dolor más intenso del que había sentido en la vida.
Lo último que vi fueron unos lirios.