miércoles, 14 de marzo de 2012

Capítulo 10. Visita a Mens.

“Ya he contado treinta días desde que estoy aquí.  Azalea sigue fría conmigo, pero a veces se le escapan cosas de su pasado. El Consejo no la quiere por sus ideas. Su padre era el anterior representante del desierto, y había muerto un año atrás. Aunque las ideas de Azalea y él eran muy diferentes, su padre la había elegido, pues consideraba que sería mejor que nadie en el puesto. Los demás no pensaban tan bien.
Hoy voy a salir a la calle.”

Cerré el diario y lo volví a esconder. Recordé la conversación con Azalea el día anterior, cuando me había contado aquello.
    - ¿Por qué? – la pregunté yo.
    - No les gusta que yo les reste poder haciendo esto. Enseñarte – matizó.
Creé una pequeña bola de luz entre mis manos, no más grande que una canica y Azalea me observó.  Recientemente había aprendido a hacer aquello. Pasaba las horas muertas practicando. Azalea me había aconsejado concentrarme en el cristal. Sentir su energía, su bienestar, y transformarlo en luz. Poco a poco había conseguido que mis manos se iluminaran, para más tarde concentrar esa luz en una pequeña esfera.

Inconscientemente había vuelto a crear esa esfera cuando Azalea llegó.
    - Será un buen truco para convencer a los aldeanos de que no eres un fraude tan grande como todos creen – comentó.
    - ¿Creen que soy un fraude? – pregunté asustada.
    - En realidad no. Desean ver a su reina. Me temo que el paseo de hoy no será nada pacífico. Te tirarán de los ropajes, querrán que les abraces, gritarán tu nombre, se abalanzarán sobre ti…Es la primera vez que verás gente real, no solo dibujos como yo te he enseñado. ¿Estás preparada?
  Asentí, aunque tampoco demasiado segura. Sí, había visto gente real, los miembros del Consejo, que representaban bien toda la variedad de la Región, pero Azalea opinaba que el shock iba a ser fuerte para mí. Sacó un pequeño puñal del bolsillo de su túnica y me lo entregó.
    - Corta un trozo del Cristal – ordenó.
    - ¿Cómo? – cogí el puñal desconcertada.
    - Córtalo. Necesitas un trozo de él contigo, pero sólo tú puedes manipularle.
Me acerqué al Cristal aún algo asustada, temiendo que el puñal resbalara de mis manos. Al poner una mano sobre el Cristal sentí toda la energía atravesándome, recorriendo mi cuerpo y llenándome de vitalidad. Corté un trozo, el puñal se hundió como si fuera carne. En cuanto aparté el trozo cortado, el Cristal se regeneró. Pude ver en los ojos de Azalea el respeto, la adoración. Yo seguía teniendo la impresión de que adoraba más al Cristal que a mí.
Azalea me alcanzó un cordón y lo até al pedazo del Cristal para colgármelo al cuello después. Con ello rozando mi piel, transmitiéndome la energía, me sentía más segura que antes.

Los nervios apenas afloraron cuando crucé el pasillo enorme y lleno de puertas, para, por primera vez, bajar las escaleras del palacio hasta el piso inferior. Por todas partes sirvientes de todas las características esperaban a los lados, admirándome, palideciendo, mirándome como si fuera una diosa. Empecé a sentirme algo incómoda. Azalea se paró en la última sala, delante de la puerta principal. Se habían ocupado de mantener a todo el mundo lejos del castillo, la oí comentar con una de las personas que esperaban por allí. Me sonaba de algo, pero no conseguí saber de qué. Era un muchacho joven, de veintipocos años. Detrás de mí apareció Zamir, y acudió junto con Azalea y el joven. De pronto lo entendí. El muchacho era parecidísimo a Zamir. Tenía su misma complexión atlética, cuerpo de guerrero y actitud seria.
Sin saber qué hacer me acerqué hasta ellos y los dos hombres me dedicaron una reverencia.
     - Paz, Majestad. Me presento, soy Dinis. Soy el tercer jefe del Ejército Supremo. El honor de veros de cerca de los primeros es enorme. Confío en que sabréis llevar la Región adecuadamente. Algunos de mis hombres se encargarán de vuestra seguridad y evitarán cualquier altercado.
  Asentí, como llevaba haciendo desde que llegué a todos los tratos especiales. Azalea se despidió de ellos y me llevó consigo justo enfrente de la puerta.
    - Zamir y Dinis son hermanos – me dijo.
    - Suponía que serían familia – respondí.
    - Es algo que debes aprender – dijo con seriedad – Aquí es muy importante ser hijo de alguien, hermano de alguien o amigo de alguien. Yo misma estoy aquí por mi padre. No digo que Dinis no se merezca su puesto, pero sería un mero soldado si no fuera hermano de quién es. Mucho cuidado con la gente que se te acerca. Personal, soldados, jefes, incluso sabios del Consejo, todos quieren sacar provecho y creen que acercándose a ti conseguirán un trato de favor. Unos lameculos que te tratan bien, pero como ya te he insistido, sólo quieren gobernar por ti.
 Azalea se calló repentinamente, Dinis volvía a acercarse.
    - Abriremos las puertas en breves. Un carruaje está esperándoos fuera. Vos, Majestad, y la sabia Azalea iréis en dicho carruaje, sin nadie más que os moleste. Nos aseguraremos de su seguridad, nadie podrá acercarse. Iremos hasta Mens, y si vos lo deseáis, podréis bajaros a pie para conocer las calles.
    - Ya veremos, Dinis – respondió Azalea con sequedad.
Las enormes puertas, de varios metros, se abrieron. Pese a llevar días metida en un cuarto de grandes ventanales y paredes blancas, la claridad me hizo entrecerrar los ojos. El aire fresco me revolvió el pelo cuidadosamente recogido y el vestido impoluto. Un enorme jardín me esperaba fuera, y a unos pocos metros, un precioso carruaje de los colores habituales, blanco y dorado. De él tiraban dos extraños caballos blancos, con la cabeza ancha y la crin muy abundante.
El apuesto y joven carretero, ataviado para la ocasión, esperaba para abrir la puerta. Con paso tembloroso y gracias al pequeño empujón de Azalea empecé a andar hacia él. Podía ver las tierras que se extendían hasta el horizonte, el cúmulo de casas que formaban la ciudad a la que me dirigía, y todo el frondoso bosque que la rodeaba.
Supuse que Dinis y sus hombres habían mantenido a la gente alejada de allí, pues no había nadie más. Azalea subió detrás de mí y el carretero cerró la puerta. Sentía los nervios en mi estómago, y me atreví a asomarme tras las cortinas de una de las ventanas dentro del carruaje. Estábamos bajando por un camino serpenteante, y sólo podía ver los árboles y la vegetación del bosque.
Pasados unos minutos empecé a oír el murmullo de la gente, y mis nervios aumentaron. Azalea me miró para asegurarse de que estaba bien y asentí. A esas alturas del camino los hombres del Ejército Supremo ya nos acompañaban de cerca.
Volví a asomarme con cuidado. Estábamos en las afueras, y contemplé maravillada las primeras casas. Muchas de ellas estaban rodeadas de enormes piscinas, y otras apenas se adivinaban debajo de lianas y plantas que las rodeaban. Entre el cordón de hombres que rodeaban el carruaje, que ya iba a poca velocidad, la gente se asomaba, curiosa, intentando verme.
Volví a esconderme y suspiré mientras intentaba que mis manos dejaran de temblar. Azalea no intentaba tranquilizarme, sino que estaba sumida en sus pensamientos.
Nos adentrábamos más y más y el gentío aumentaba. Por fin, Azalea me miró.
    - ¿Vas a salir?
    - Creo…creo que sí – respondí. Mi miedo era grande, pero sabía que luego me arrepentiría. Después de tanto tiempo metida en el castillo, sin ver apenas a nadie, acompañada por mis pensamientos, mis penas y el diario, necesitaba salir, ver la calle. Aunque fuera una calle que yo apenas conocía.
 Poco después el carruaje frenó, y Azalea salió a hablar con el carretero. Después volvió a entrar.
    - Puedes salir cuando te anunciemos. Daremos un paseo por la plaza.
Salió de nuevo y me quedé esperando un par de minutos. Sin abrir demasiado las cortinas, vi como los soldados apartaban a la enorme aglomeración de gente y les obligaban a echarse para atrás. Pensé que quizás no había sido buena idea querer salir, pero ya no podía echarme atrás.
     - ¡Ciudad de Mens! – gritó alguien, y reconocí la voz de Zamir. Se hizo el silencio ante las palabras del sabio y jefe del Ejército – Hoy es un día grande. Hoy, la reina Lilian visitará por primera vez sus tierras, verá a sus habitantes de cerca y conocerá la riqueza que poseemos. Nos esperan buenos tiempos. Dadle la bienvenida que se merece a la nueva reina.
Oí como se abría la puerta del carruaje y me puse de pie alisándome el vestido. Alguien apartó la fina cortina que me apartaba del resto de la plaza. Con los pies temblorosos, bajé las pocas escaleras que me separaban del suelo. La luz me dio en la cara y me hizo entrecerrar los ojos.
Todo el mundo vitoreó y yo intentaba mirar a mi alrededor. De repente, ocurrió. Fue demasiado deprisa.
El silbido de una flecha, a mi izquierda, y después el pánico. La pierna derecha de Zamir había sido atravesada por la flecha, y él había caído al suelo gritando de dolor. Por lo menos treinta soldados se abalanzaron sobre mí y me rodearon, dejándome poco espacio para ver lo ocurrido. 
Rápidos como la flecha que había atravesado a su superior, sacaron sus propios arcos, espadas y todo tipo de armas.
La gente corría en todas direcciones para ponerse a salvo. Los soldados buscaban al arquero sin éxito, pero caían uno tras otro heridos de flecha. Aquello no era una persona, eran muchas.
Figuras con capas negras y capuchas con bordes de pelo  aparecían por todos lados. Detrás de las casas, entre la gente. Busqué a Azalea con la mirada, pero no pude encontrarla. Los soldados a mi alrededor siguieron cayendo. Se formaban huecos, el perfecto círculo que habían formado a mí alrededor se desmoronaba. Localicé a Azalea entre la batalla, y corrí hacia ella. Un soldado intentó impedírmelo y tropecé, quedándome a los pies de una nueva figura encapuchada. Ésta se quitó de encima al soldado y me agarró del pelo, levantándome. Inconscientemente, levanté la cabeza para verle. Sólo pude ver su cara un instante. Era una mujer joven, con unos enormes ojos azules. De pronto, sin más, me quedé ciega. 




¡Hola! Soy Sara, y vengo con nuevas novedades. Me temo que mi tardanza en subir capítulos seguiría siendo habitual, y esta vez no voy a deciros que tardaré poco. Estas semanas voy a estar más ocupada aún de lo normal, así que no podré escribir nada. Estaré un tiempo ( 15 días como muy poco ) sin subir capítulos, para ir avanzando y escribir unos cuantos. En vez de ir escribiendo y subiendo, escribiré unos cuantos capítulos y después los subiré. Espero que podáis perdonarme, creo que esto es lo mejor. 
Un besazo a todos, muchísimas gracias por leer y espero veros pronto. 

3 comentarios:

  1. *______________________* AMOR, POR LA GATITA CAPULLA JAJAJA
    Entonces, el siguiente es el que yo creo que es... ¡¡¡Por favor, que se acaben estas semanas ya y puedas subiiiirrr!!!

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  2. Buah, con que cara me has dejado o.O Ha sido genial. Bah, no pasa nada. Tardas en subir pero cuando subes, subes bombazos jajaja Mejor así, o eso creo yo ;)
    ¡Un beso!

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  3. vaya! me ha encantado este capítulo, está genial escrito! :) No importa que tardes en subirlos, cada vez los haces más interesantes :D

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